MANIFIESTO DE LA LIBERTAD :: del Lonko Antupillan (Espíritu del Sol)

(Texto del discurso del cacique ANTUPILLAN pronunciado en 1593 en un Parlamento, ante el gobernador de Chile MARTIN GARCIA OÑEZ DE LOYOLA) “Ya es bastante, Señor, le dijo ANTUPILLAN, tomando la voz a nombre de su Nación. No penseis que se ha escondido a nuestro conocimiento el poder de vuestro Principe. No es necesario que lo publique la fama i tu estás, Señor, desobligado de encarecerlo tanto. El por sí mismo se da a conocer. Ya se da a entender el Principe a cuyo poder está concedido mandar desde el nacimiento de sol hasta su ocaso, tantos valerosos soldados, armados de truenos y de rayos (se refiere a los cañones y las balas) será un hombre superior a los demás. Conocemos y sabemos inferir muy bien, cuanto sube de punto el poder de un Principe que ha sabido adquirir posesiones sobre el mar y hasta ahora que vimos estas grandes casas (se refiere a los barcos) con todas las comodidades de la vida y armadas también de truenos y de rayos, estuvimos persuadidos que, tener habitación en el mar, era privilegio concedido solo a los peces, con exclusión de los hombres. Grande es, sin duda, el poder de vuestro Principe, que tiene esas casas para enviar a sus súbditos por todas las tierras que registra el sol, a apoderarse de ellas. Esta misma grandeza de su poderío, te ha de hacer conocer Señor, el realce de la gloria de mi Nación. Ella con armas inferiores y con muy limitado poder ha sabido mantener la guerra, mas de 50 años contra fuerzas tan superiores que parece que pretenden dominar hasta en las estrellas. Por ocioso y por inútil debisteis, Señor, tener el amenazarnos con ese poderío y con las armas. Peleamos nosotros por la Libertad y por la Patria. Nacimos libres y defendemos el suelo en que hemos nacido, aquel poder y aquellas armas nada nos pueden traer mas funesto que la muerte; pero nosotros que apreciamos mas la libertad que la vida, jamas supimos temer los horrores de aquella. Vuestras amenazas, Señor, me hacen sospechar que graduais a la muerte por el mayor mal de los mortales. Pues desde aquí podeis inferir el horror que tenemos a la servidumbre, graduada por nosotros de mayor mal que la misma muerte. Esta es la que nos puso las armas en la mano y jamás las dejaremos si no la vemos muy distante de nosotros y de nuestras tierras. Vamos, Señor, al otro punto: se nos indica de infractores de la paz, de insidiosos, de incostantes y falaces. Armaos de paciencia, apartaos del amor propio, arrojad de vuestro pecho el espíritu de la dominación tiránica y separaos del demasiado afecto a los vuestros y considera mejor lo que decías antes de volverlo a afirmar. Mirad, Señor, que el que primero que mueve la guerra es el que viola los derechos de la paz y quebrantra la solemnidad de sus tratados, y ésto es lo que vosotros haceis. Por primer principio de los ajustes de Paz se nos promete la Libertad y esto es lo que jamás se cumple. El virtud de las Capitulaciones comenzais las tropelias y nos haceis servir en cuanto conviene a vuestros intereses. ¿Es esto cumplir con el principal artículo de la Paz? A nosotros nos corresponde decirlo, y no tendreis razón de caracterizarnos de infieles si tomamos las armas. En las Juntas (Parlamentos) que hemos celebrado con vuestros antecesores, se nos ha dado la dulce denominación de amigos y de aliados, y prometimos ser amigos de vuestros amigos y enemigos de vuestros enemigos. Todavía más, nosotros nos hemos sometido a ser llamados vasallos del Principe de quien vosotros lo sois en realidad; pero, quisiéramos que, así como entre vosotros así también entre nosotros se distinguiera el vasallaje de la esclavitud, respecto a vuestro Principe; mas esto jamas se ha observado. Se ha dado un trastorno a todos los Tratados y se han violado nuestros derechos y nos hemos valido de las armas para defendernos. Ignoramos la causa de hacernos delincuentes en este lance. ¿Será, acaso, porque a vosotros sea lícito el agraviarnos y negado a nosotros el derecho a defendernos? Concluyamos, que, ya no direis que nosotros movimos la guerra, sino que hicimos una lícita y justa defensa. Ya en adelante no llamareis rebeldía a nuestro animoso tesón sino loable constancia en defender la Libertad en que nacimos y de que somos dignos. Y permitidme ahora, Señor, que trocándose los cuidados, os aconseje yo, que abraceis la Paz, y no elijais la Guerra... Observad religiosamente los Tratados, que yo os prometo de parte de mi Nación, que será permanente y duradera la Paz. Pero si hicierais lo que habeis tenido por costumbre, tened por cierto, que, uno solo de nosotros que quede, ese mantendrá la guerra, hasta... hasta que rinda gloriosamente la vida en obsequio de la Libertad y de la Patria”. (*) (*) “Historia del Reyno de Chile”, CARVALLO y GOYENECHE, “Coleccion de Historiadores de Chile”, Tomo VIII, p.212.

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